Para poder tener una cultura de alto rendimiento en las organizaciones, tenemos que comenzar por decirnos la verdad radical lo más rápido posible. A todos nos beneficia entender qué comportamientos funcionan y cuáles no.
¿Qué tanto confías en tus colegas? ¿Qué tanto entiendes a tus líderes? ¿Sientes que puedes expresarte libremente en tu trabajo?
Solemos creer que el éxito de las empresas está sustentado en estructuras sólidas de planeación, estrategias, normas y presupuestos, pero todos los que trabajamos sabemos que lo que realmente determina el triunfo o fracaso de una organización son las relaciones humanas, tanto internas como externas.
Vivimos en un mundo de relaciones porque somos seres sociales. El problema es que no todos somos competentes a la hora de hablar y entender. Así como podemos ser buenos por naturaleza, también estamos viciados por las búsquedas de poder, la inseguridad, la inestabilidad y el conflicto en general. Estamos acostumbrados a guardar secretos, a crear historias y a ver nuestro beneficio antes que el de los demás. Muchos de nosotros no hemos contactado con nuestras emociones de forma plena, por lo que no sabemos qué gatilla nuestras reacciones o cuál es la verdadera necesidad escondida detrás de nuestras expresiones.
Somos una escala de grises, podemos dar lo mejor o lo peor de nosotros mismos dadas las circunstancias, y es ahí donde está la posibilidad. Decía Frankl que “entre el estímulo y la respuesta existe un espacio. En este espacio se encuentra nuestro poder para elegir la respuesta. Y en nuestra respuesta descansa nuestra libertad y nuestra capacidad para crecer como personas”.
Tal vez no podamos cambiar nuestro pasado, no podemos modificar nuestra crianza, pero pasamos la mayor parte de nuestra vida activa en el trabajo, por lo que la cultura que vivamos ahí determinará una buena parte de nuestra perspectiva del mundo. Existe una responsabilidad moral enorme por parte de las empresas para generar espacios conscientes y positivos con la gente. Es importante que nos cuestionemos qué tipo de comunicación estamos nutriendo en nuestros entornos laborales, usualmente es muy superficial o técnica y rara vez nos detenemos a pensar en qué cosas nos decimos para nutrir las relaciones y qué consecuencias tiene cuando no lo hacemos bien.
Para poder tener una cultura de alto rendimiento en las empresas, tenemos que comenzar por decirnos la verdad lo más rápido posible; ser honestos de forma radical, cuidando el bienestar de las personas con las que convivimos. Ser transparentes y frontales en lo que esperamos de la gente es la mejor forma de lograr confianza y entendimiento en cualquier entorno social.
A todos nos beneficia saber qué cosas impulsan nuestro crecimiento y cuáles no. La mejor forma de solucionar los errores es comunicar nuestras diferentes perspectivas y aprender los unos de los otros.
Dado un nivel estable de salud mental, los seres humanos siempre estamos en disposición de aprender y crecer, por lo que apreciamos las oportunidades para entender mejor nuestros comportamientos y dar una mejor impresión a los demás. Una cultura de comunicación radicalmente honesta, siempre y cuando sea amable y centrada, es tremenda mente útil para que nos acerquemos comunitaria mente a ese fin.
“Decirnos la verdad sobre los problemas que vemos de forma oportuna y de preferencia cara a cara, es la forma más efectiva para resolver problemas y poder evolucionar a mejores versiones del negocio”.
La honestidad radical construye confianza y respeto, pero debe practicarse a todos los niveles, cuidando por todos los medios que no se convierta en una forma de expresión violenta, agresiva o desagradable. La honestidad radical siembre busca construir.
¿Cómo avanzar hacia la honestidad radical?
Los cambios más profundos y duraderos empiezan idealmente por los líderes, creando espacios de retroalimentación efectiva en los que entendamos los comportamientos, hábitos y actitudes que pueden mejorar para el beneficio de todos, aunque no siempre es posible.
Para lograr una cultura honesta, es importante tener en mente el cuidado de la gente y el bienestar evolutivo del negocio. Hay que liberar las ataduras de los secretos y hacer partícipes a los colaboradores en el entendimiento de los retos que enfrentamos y las perspectivas o estrategias para sortearlos. Es impactante cómo un colaborador bien informado puede transformar las cosas a través de su motivación y proactividad.
Si queremos que todos se pongan la camiseta, entonces hablemos las cosas como son. Todos podemos lidiar con la verdad y en muchos sentidos la buscamos desesperadamente: Hablemos frontalmente sobre lo que no funciona bien, compartamos las visiones opuestas y liberemos las tensiones del silencio para poder trabajar mejor.
¿Utopía? Ya lo creo, vivir esta cultura no es sencillo, se crea a través de mucha experimentación y apertura, pero es suficiente con generar y sostener espacios de retroalimentación honesta, entregar herramientas de opinión a la gente, empoderarlos para que digan lo que ven que puede funcionar mejor y ofrecer transparencia de todo el proceso.
Hablemos de los errores abiertamente, dejemos que las personas expresen su inconformidad públicamente y que puedan argumentar sus perspectivas, hagamos que todos los involucrados entiendan los retos que se enfrentan en la compañía, que se sientan parte del éxito y responsables de los resultados a pequeña y gran escala.
Hoy más que nunca necesitamos mejorar la cultura en nuestros trabajos, hagamos nuestro mejor esfuerzo. Es el momento de la honestidad amable y radical. Este es un cambio que tiene que suceder transversalmente, no podemos esperar a que suceda desde arriba, tenemos que crearlo desde el lugar en donde estamos, con las personas que nos rodean y con lo que tenemos a la mano. Recuerda, se trata de expresar abiertamente con amabilidad y con la firme intención de generar espacios de crecimiento y evolución.