“Seguimos viviendo en un mundo que normaliza los problemas de salud física, pero estigmatiza los problemas de salud mental. A medida que nos adentramos en una nueva realidad pospandémica, es hora de replantear nuestra comprensión de la salud mental y el bienestar”, Adam Grant.
Hablar de salud mental se ha convertido en un tema cada vez más cotidiano, algo que poco a poco ha ido rompiendo resistencias y estigmas. La pandemia nos ha remecido para hacernos entender que el bienestar mental es igual de importante que el físico; 19 meses de emergencia sanitaria, con todo lo que eso ha implicado, no podrían haber sido una mejor campaña de difusión.
El tema ha tratado de colarse en la agenda pública con algunos avances. En México, desde hace al menos tres años existe oficialmente una Norma enfocada precisamente a prevenir los factores de riesgo psicosocial en los centros de trabajo, que si bien no es una regulación antiestrés, sí ayuda a identificar los elementos que pueden provocar dicho padecimiento, entre otros.
La Secretaría del Trabajo (STPS) estima que el 11% del gasto destinado a la atención de discapacidades laborales se relaciona con trastornos mentales. Además, no atender los factores de riesgo psicosocial en el mundo del trabajo le cuesta al aparato productivo nacional cerca de 16,000 millones de pesos anuales.
Al pensar en las afectaciones a la salud mental, el estrés es uno de los principales padecimientos que salta a la mente —uno que realmente nos aqueja en este país—. Desde antes de la pandemia la Organización Mundial de la Salud (OMS) nos advirtió sobre este problema al señalar que la fuerza laboral en México es la más estresada del mundo, por arriba de lo registrado en Estados Unidos y China; tres de cada cuatro trabajadores lo padece.
El estrés en sí no es tan grave, el punto es que si no se controla, se puede convertir en un problema crónico que puede dar paso al síndrome de desgaste profesional, conocido popularmente como burnout, reconocido ya como enfermedad laboral por parte de la OMS dentro de la Clasificación Internacional de Enfermedades que entrará en vigor en enero del 2022. Este padecimiento se traduce en una disminución de la energía, altos niveles de agotamiento, falta de interés y cinismo hacia el trabajo individual y reducción de la productividad.
El estrés laboral se refleja en ausentismo, presentismo, rotación de personal y accidentes en los centros de trabajo que de acuerdo con estimaciones de la Asociación Mexicana en Dirección de Recursos Humanos (Amedirh) pueden representar hasta el 5% del total de la nómina de las empresas.
Aquí vale la pena hacer un alto y considerar que todas estas cifras se dieron en un contexto anterior a la pandemia y su impacto en la salud mental de las personas trabajadoras, lo que abrió un nuevo desafío para el análisis”.
La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) es una de las instancias que se dio a la tarea de tratar de medir el impacto de la pandemia en la salud mental de las personas en dos vertientes: ansiedad y depresión. Lo hizo con base en las cifras que cada país miembro publica. Los resultados no son alentadores.
La prevalencia de la ansiedad en México pasó del 15% de la población antes de la pandemia a 50% después de las primeras olas de la covid-19, el mayor incremento entre todos los países de la organización y el nivel más alto observado. Así que somos los más ansiosos
En depresión no nos quedamos atrás. En general, se avanzó de un nivel de 3% antes de la pandemia a 27.6% de la población después de casi un año de emergencia sanitaria. Ocupamos la tercera posición, empatados con Australia, entre los países analizados, después de Corea y Suecia. Pero registramos el segundo incremento más grande en este padecimiento.
¿Qué aspectos impactaron la salud mental de la fuerza laboral? Para muestra basta un botón, la OCDE enlista varios: Desde el comienzo de la emergencia por la covid-19 millones de trabajadores experimentaron la pérdida de empleo y quienes lo conservaron vivieron importantes disrupciones en la forma de organizar y llevar a cabo sus labores; muchos trabajadores todavía se mantienen en esquemas que se implementaron para no hacer recortes de personal y que implicaron reducción de salarios y beneficios; los trabajadores de actividades consideradas como esenciales continuaron en labores presenciales, en muchos casos enfrentando el riesgo de contagiarse y con la necesidad de mayor protección sanitaria; millones más vivieron el abrupto cambio al teletrabajo de la noche a la mañana.
Todos estos factores de riesgo psicosocial laboral, más los relacionados con aspectos como los contagios de la covid-19, las secuelas de la enfermedad, el duelo por las lamentables pérdidas y la incertidumbre ante un panorama adverso se convirtieron en un catalizador para los trastornos mentales.
Como se puede ver, el desafío no es menor. Si hace tres años que venimos hablando de la salud mental en las empresas el tema era relevante, hoy lo es mucho más. El reto debe vencer estigmas como pensar que experimentar algunos de estos padecimientos es señal de debilidad, como toda la polémica en torno al caso de la gimnasta Simone Biles en Tokio 2020, o el considerar que su atención es solamente una responsabilidad individual, no organizacional.
Quienes ocupamos posiciones de liderazgo tenemos la enorme oportunidad de normalizar cada vez más estos temas en los centros de trabajo. Como diría una colega y amiga que me ha enseñado mucho sobre este tema: “Salir del clóset de una condición mental no es fácil” y tanto quienes estamos al frente de equipos como quienes los conforman debemos vencer las barreras para hablar abiertamente de la salud mental sin estigmas, conocer quién padece qué y reconocer que todos somos vulnerables.
De no atender este tema en los equipos y en las empresas, no sólo seguiremos afectando el potencial productivo de los equipos de trabajo, también estaremos desaprovechando una gran oportunidad de ser mejores líderes, líderes más humanos, que estén conscientes de su propio bienestar y que gestionen al talento desde una perspectiva integral. Como dice Adam Grant en la cita que abre este espacio: “Es hora de replantear nuestra comprensión de la salud mental y el bienestar”.