La baja en la productividad que representa tener trabajadores no comprometidos cuesta a las empresas un 20% del salario anual del colaborador. ¿Cómo evitarlo?
Ocho de cada 10 pacientes que llegan al consultorio de la psicóloga organizacional Magda Rodríguez confiesan que ya no son felices con su empleo y admiten sentirse improductivos y desmotivados. No lo hacen de manera constante, pero sí intermitente.
En un 20% de los casos, señala la también directora de la consultora Evexia Bienestar Psicoemocional, la persona prefiere renunciar. Y entre las causas principales de su infelicidad se encuentran tener un mal jefe, las cargas excesivas de trabajo, un salario bajo, el nulo balance de vida y las escasas oportunidades de desarrollo profesional.
Para las compañías, construir una cultura organizacional basada en la felicidad puede parecer oneroso y hasta algo opcional. Sin embargo, la falta de empleados felices es mucho más costoso. En su informe ‘Estado del lugar de trabajo global: 2021’, la firma de análisis Gallup identificó que la pérdida de productividad de los empleados no comprometidos y activamente desconectados equivale al 18% de su salario anual.
En Estados Unidos, en una empresa de 10,000 colaboradores –con un salario medio de 50,000 dólares– la desvinculación le cuesta 60.3 millones de dólares al año, y remplazar a un trabajador requiere de la mitad a dos veces su salario anual. Por lo tanto, detalla Gallup, cuesta 9,000 dólares al año mantener a cada trabajador desconectado y entre 25,000 y 100,000 dólares remplazarlos.
“Vivimos en una cultura enfocada en el dinero y [las empresas] no entienden que la productividad tiene que ver con un apoyo a la persona, a que sea más feliz, a que esté bien. Es una cuestión cultural que, poco a poco, se tendrá que ir descodificando”, afirma Lourdes Enríquez, especialista en liderazgo empresarial.
Una cultura organizacional basada en la felicidad no está en dar más y más amenidades a los empleados, puntualiza Rosalinda Ballesteros, directora del Instituto de Ciencias del Bienestar y la Felicidad de la Universidad Tecmilenio (ICBF). Tener a un chef, dar bebidas como cerveza y café e, incluso, enviar catas o paquetes para la convivencia social a distancia son incentivos que sí pueden hacer feliz a un empleado, pero solo de forma temporal.
Tampoco significa que las compañías prescindan de las amenidades para cuidar al talento. Se trata de que la persona esté satisfecha con su vida laboral y para ello los incentivos deben ir acompañados de propósito, para que los empleados sientan que dedican su tiempo a algo relevante y de resiliencia.
El propósito, señalan las especialistas consultadas, es importante porque si una persona pasa mucho tiempo en una actividad que no da sentido a su vida, se da un desgaste y una desmotivación al sentir que no dedica espacio a lo que es relevante para ella.
Aquí los líderes tienen la misión de hacer ver a los trabajadores la relevancia de su rol dentro del equipo y de la empresa. Su labor es generar ambientes positivos de interacción para saber qué aspiraciones y necesidades tiene el talento, así como potenciar sus capacidades, en lugar de solo corregir lo que está mal.
La felicidad laboral se logra si los empleados aprenden a ser resilientes. “Es esencial cultivar esta habilidad para que los trabajadores puedan afrontar las dinámicas del trabajo de forma positiva”, dice Miguel Obregón, consultor especializado en transformación organizacional.
Sea cual fuere el plan de incentivos, Masaya Okamoto, investigador del Instituto de Ciencias de la Felicidad, aconseja no perder un enfoque de bienestar, que incluya la meditación y la práctica de mindfulness, pues son clave para desarrollar la resiliencia y hallarle un propósito a las cosas que hacemos.
“El equilibrio interior de la persona se favorece en estos momentos de concentración. Hay nuevas conexiones neuronales que favorecen la retención, la memoria y la conciencia para manejar pensamientos y emociones con una visión diferente”, explica. El éxito de la cultura organizacional recae en este punto porque la felicidad es un estado individual, por muchos apoyos o estrategias que trace una compañía.
No es casualidad que el aguinaldo, los regalos de intercambio o las vacaciones hagan felices a muchos colaboradores, pero en el mundo del trabajo hay más motores que pueden mover a los empleados y no necesariamente están relacionados con el dinero.